Lala no quería crecer, y parecía que su cuerpo la comprendia, se había quedado diminuta como su mente.
Lala mentía como mienten los niños cuando quieren ocultar algo a sus padres. Si Lala abría sus grandes ojos y decía no saber, decía olvidar.
Pero Lala te hacia sentir como le hace sentir un niño a sus padres. Lala te obligaba a cuidarla, todos los cuidados parecían pocos.
Nada había en este mundo que fuese tan bueno para hacerla feliz. Lala llevaba tiempo llorando y berreando que la dejaran en paz, pero nadie le dio un merecido azote.
Nadie le dijo donde estaba el bien o el mal, se le concedía todo porque Lala era un trofeo.
Todavía recuerdo, como que la recuerdo la veo, parece que la veo mintiendo como nadie sabia hacerlo, inventando historias maravillosas que llegado a un punto te causaban un desasosiego atroz, tan atroz que llegaba a avergonzarme: sería envidia hacia esa niña o ganas de abofearla.
Pero Lala era asi, vivía en su mundo, un mundo de castillos y princesas. Viendo a todo el mundo pelearse por ella parecía un torneo medieval.
No creo que fuese siempre así, cuando tenia que razonar lo hacia, pero a su modo. Luego los ojos de Lala te convencían y te atrapaban en mil historias de la vida, esas historias donde siempre era infeliz.
Historias que siempre sacaba a colación cuando alguien la ponía en su sitio, pero nadie podía con ella, siempre había alguien que la defendia y entonaba: pobre Lala, dejadla parece que le teneís envidia.
Pobre Lala, lo único que le pasaba es que vivía en un mundo que no le pertenecía. La perdí de vista un día de otoño, cuando las hojas de los arboles caían al mismo ritmo que sus lágrimas, y así como esas hojas mis lágrimas dejaron de caer.
Y mientras oía a lo lejos sus gritos me di cuenta que Lala había crecido, pero no para ser mujer , sino para convertirse en una niña malcriada.
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